lunes, 22 de junio de 2020

Los pecados ocultos de la carne: cómo el sector se convirtió en un foco global del virus. El Confidencial


Foto: Una empresa procesadora de carne, en Uruguay. (EFE)
“Somos todos negros en el matadero, no hay españoles dentro. Somos todos negros porque así nos pueden engañar, ¿entiendes?”. En enero de 2018, Jordi Évole retrataba en 'Salvados' las miserias de la industria cárnica en España. Uno tras otro, una docena de trabajadores de uno de los mayores mataderos del país hacían una radiografía brutal de sus condiciones de trabajo: mano de obra inmigrante para beneficiar 14.000 cerdos al día, en turnos de 10 horas, por 900 euros al mes. Muchos apenas chapurrean el español.
En realidad, el reportaje ‘Stranger Pigs’ generó controversia por revelar las imágenes de unos cerdos en condiciones deplorables en una planta cárnica y el debate sobre si eran animales enfermos o para consumo humano. Mientras, los trabajadores, sin bajas médicas ni vacaciones, sin tiempo para comer e incluso para ir al baño, pasaron de puntillas en la agenda informativa nacional. "Se están aprovechando de una esclavitud, de gente que no entiende el idioma", denunciaba la sindicalista Montse Castañé en el programa de La Sexta.
Hoy, vistos en retrospectiva, estos testimonios explican a la perfección por qué los mataderos se han convertido en un poderoso foco de contagio global del coronavirus. En Estados Unidos, Alemania, Canadá, Brasil, Australia, Holanda, Inglaterra y Gales, Irlanda, Francia, España. Miles de contagios en centenares de clústeres que exponen otro oscuro patrón de una industria señalada por prácticas de maltrato animal y su impacto ambiental. Es el llamado 'coste oculto de producción' que el sector y el consumidor todavía se niegan a reconocer en el precio de la carne, un negocio que mueve 1,4 billones de dólares al año, según cálculos de Barclays.
Sin duda, las condiciones físicas de los mataderos son determinantes para que prospere el coronavirus por varios factores: "Un ambiente frío, la humedad medioambiental es alta y unida al calor que desprenden los animales propicia la formación de neblina ambiental (que) favorece la transmisión", como apunta a este diario Juan José Badiola, catedrático de Veterinaria de la Universidad de Zaragoza.
Pero es la estructura socioeconómica de gran parte de las compañías del sector el factor determinante detrás de este fenómeno, que no es exlusivo de un país o de un continente. Así que los casos excepcionales como Dinamarca, un importante exportador porcino que apenas ha registrado infectados, permiten obtener una mejor perspectiva. “En Dinamarca, tenemos otra forma de trabajar”, explica Lars Hinrichsen, del Instituto de Investigación Cárnica de Dinamarca, en declaraciones a El Confidencial.
“Los empleados de las industrias cárnicas danesas reciben el mismo salario y tipo de contrato que cualquier otro ciudadano danés. Debido a estos elevados costes, el país ha tenido que invertir mucho en la automatización de sus plantas cárnicas para seguir siendo competitivos en el mercado global”, detalla Hinrichsen, quien destaca cómo este factor ha contribuido a la baja incidencia de covid-19 en el sector.
Y no estamos hablando de compañías pequeñas. La cooperativa 'Danish Crown', el mayor productor europeo de carne, paga a sus trabajadores unos 27 euros la hora, más del doble del promedio estadounidense de 13 dólares. Esta abundancia de mano de obra barata, asegura el experto danés, reduce el incentivo de las empresas por mecanizar y formar a trabajadores más especializados (y mejor pagados). Y aquí encontramos el origen de esta historia.

El absurdo precio de la carne

Para responder a la pregunda de por qué los mataderos se han convertido en zona de riesgo epidemiológico hay que entender que la crisis comenzó a gestarse mucho antes de la pandemia. El comercio internacional de carne está dominado por un puñado de actores (China, Estados Unidos, Brasil, Rusia y la Unión Europea), con una producción anual al alza prácticamente ininterrumpida desde hace dos décadas. Un sector inmerso en un proceso de consolidación y reducción de costes feroz debido a la creciente competencia entre grandes compañías cárnicas por la cuota de mercado doméstica y de exportación, como explica el secretario de la Federación Europea de Sindicatos de Alimentación, Agricultura y Turismo, Enrico Somaglia, en el diario 'Financial Times'. “Es una carrera hacia lo más bajo”, dijo sobre los costes.
Es decir, que el precio de la carne está infravalorado por su impacto social, ambiental y animal. Un estudio de la agencia medioambiental CE Delft calculó que el coste real debería ser un 50% promedio superior para el consumidor. Para contener la masa salarial, las economías más desarrolladas han recurrido a la mano de obra extranjera para poder luchar contra el empuje de China, una constante que aparece en casi todos los casos.
El mejor ejemplo es Estados Unidos, donde una sola planta cárnica en Sioux Falls, Dakota del Sur, se convirtió en abril en el principal foco de la epidemia. La planta suministra el 5% de toda la carne porcina del país, con más de 3.700 trabajadores dirigidos por una gerencia cuya prioridad era mantener activa la línea de producción. ¿Y de dónde eran estos trabajadores? De México, Honduras, Etiopía, Nepal, Sudán o la República Democrática del Congo. La propia compañía asegura que se hablan 40 idiomas en sus instalaciones. Muchos no hablaban el idioma local y nunca entendieron las circulares de seguridad pegadas en las paredes.
La Casa Blanca, como todos los gobiernos del mundo, catalogaron la producción cárnica como un sector estratégico y quedó fuera de las restricciones de movilidad. Cuando llegó mayo, prácticamente uno de cada dos casos de covid-19 en EEUU tenía como origen una planta cárnica. Según las últimas cifras ofrecidas, hasta 25.000 trabajadores en fábricas procesadoras tanto cárnicas como avícolas se habrían contagiado -según datos de la publicación especializada 'Food & Environment Reporting Network' y más de 70 habrían fallecido hasta la fecha. Al menos 238 mataderos o plantas procesadoras habrían registrado casos, según cálculos del Investigate MidWest, cifras que van desde brotes minúsculos a los 8.000 casos que concentra una sola compañía como Tyson Foods.
"El hecho de tener un seguro de salud para los trabajadores cárnicos [aunque sean extranjeros] y otros derechos motivan a la gente a quedarse en casa cuando se encuentran mal. Mientras que, si no lo tienen, acuden al trabajo potenciando el contagio", apunta Hinrichsen.
El Centro de Control de Enfermedades del país norteamericano (CDC, por sus siglas en inglés) publicó unas guías para minimizar los riesgos de contagio en la industria, cuya estructura y logística favorecen la aglomeración de trabajadores en líneas de producción, contactos prolongados (de 10-12 horas por turno) y el ambiente de exposición. Pero el problema va más allá de una mera cuestión de espacio.

Patrones trasatlánticos

El impacto en los mataderos europeos dista mucho de las astronómicas cifras al otro lado del Atlántico. Europa cuenta con 350.000 trabajadores en mataderos, un tercio menos que EEUU, y aún así hay nueve veces menos infectados. Pero la recurrencia de brotes en varios países del continente muestra que parte del sector sigue los mismos patrones, con grandes instalaciones en el foco del problema.
En Alemania, por ejemplo, los trabajadores de la planta de Coesfeld no solo compartían las instalaciones laborales, sino que también dormían juntos en los saturados barracones construidos por la compañía, viajaban juntos en los mismos autobuses y comían apiñados en el mismo comedor. El perfil de sus trabajadores sigue la misma pauta que en EEUU. Una inmensa mayoría de inmigrantes de Europa del Este —rumanos, búlgaros y polacos— que después declararon a los medios que ni siquiera eran conscientes de la magnitud de la crisis sanitaria que estaba golpeando el país. El resultado fue más de 300 contagios en una plantilla de 1.200 trabajadores en esta filial de Westfleisch, el tercer mayor procesador de carne de Alemania y uno de los mayores de Europa.
Este brote no es una excepción en el país germano. La semana pasada, el Gobierno abrió una investigación para averiguar cómo más de 1.300 trabajadores resultaron contagiados en un matadero de Gütersloh, perteneciente al grupo cárnico Tönnies, líder de la industria cárnica nacional. La brote hizo que las autoridades desplazaran efectivos del Ejército a la zona para ayudar en el rastreo de contactos y pusieron bajo cuarentena a los casi 7.000 empleados. Un video filtrado a los medios locales mostraba a los trabajadores comienzo acinados en una pequeña sala cerrada, sin mantener distancia de seguridad.
"El hecho de que el número de contagios en el matadero esté muy por encima de la media es seguramente debido al sistema de contratos de trabajo", afirmó Robert Tönnies en una carta abierta exigiendo a su tío Clemen Tönnies, también presidente del club de fútbol Schalke 04, que dimitiera por la gestión de la planta. "Esto obliga a muchos trabajadores a aceptar condiciones de vida inaceptables, que están relacionadas con el alto riesgo de infección y ofrecen poca protección si se registra un contagio", sentenció.

Morir por 10 euros la hora

Las consecuencias, como todo en esta pandemia, son inciertas. Analistas esperan que algunos gobiernos respondan con más regulación a un sector que ya estaba bajo la lupa de la opinión pública, pero que genera mucha confusión al mezclar grandes operaciones con pequeñas explotaciones rurales, procesadores con ganaderos y productores con distribuidores. También los consumidores de algunos países parecen más dispuestos a pagar extra por un producto que sea más respetuoso con el medio ambiente y con los trabajadores. La combinación de estos factores podría acabar impactando los precios.
La carne es demasiado barata", escribió la ministra alemana de Alimentación y Agricultura, Julia Klöckner, en su cuenta de Twitter. “Precios basuras en los mostradores no reflejan el valor. Los animales fueron sacrificados, deberíamos ser siempre conscientes de esto", agregó en un hilo donde aseguró que iniciaría una reconversión del sector con "condiciones de trabajo más justas y precios justos que reflejen el valor necesario".
Otros expertos incluso creen que la pandemia podría ser un momento de profundos cambios en la industria y el consumo. Fenómenos como el auge en las ventas de sustitutos cárnicos hechos a base de vegetales -que se dispararon más de un 200% en Estados Unidos frente al 30% de la carne, según datos del grupo de investigación de consumo Nielsen- son síntomas de que la transformación de algunos de los mercados más desarrollados podría cambiar por una combinación de factores.
Los analistas advierten que podría haber impactos menores por el cierre temporal de instalaciones afectadas en todo el mundo. Por ejemplo, en apenas cinco días, tres de las mayores plantas alimentarias de Inglaterra y Gales cerraron después de que cientos de sus trabajadores dieran positivo por covid-19, mientras los sindicatos aseguraron que estaban pendientes de cinco brotes adicionales en Reino Unido. Pero por el momento, y pese a los problemas en las cadenas de suministro y distribución, el abastecimiento y los precios han permanecido relativamente estables gracias a que hay trabajadores que, sin otra oportunidad, están asumiendo el riesgo.
“Si no te sientes bien y sabes que si no vas a trabajar solo vas a recibir el pago básico de enfermedad [unos 100 euros semanales] y no vas a ser capaz de pagar las facturas, ¿qué vas a hacer? Tengo miedo de que [mi marido] pueda traer el virus a nuestra casa y nuestros hijos. Los trabajadores de la planta no están contentos, pero están asustados porque si dicen algo podrían perder sus trabajos”, relataba a 'The Guardian' una familiar de un trabajador de la planta de South Yorkshire, donde murieron tres empleados por covid-19. “Es una mierda morirte por 10 euros la hora”.

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