Es uno de los grandes cursos de agua de la Península, y también un muestrario de muchos de los males que afectan a los cauces ibéricos: esquilmado, contaminado y bloqueado por una sucesión de grandes presas que interrumpen su viaje al Atlántico para alimentar regadíos
A través del Guadiana, uno de los grandes cursos de agua de la Península, se puede trazar una ruta por muchos de los males que afectan a los ríos ibéricos: esquilmado, contaminado y bloqueado por una sucesión de grandes presas que interrumpen su viaje al mar. Con los datos en la mano se puede incluso trazar un origen común a la mayoría de los problemas del río: una agricultura de regadío que consume el 85% del agua en la cuenca y que, con la presión añadida del cambio climático, está llevando al límite a los ecosistemas que dependen del Guadiana.Y en pocos lugares se deja ver con más claridad el maltrato al río como en el Parque Nacional de las Tablas de Daimiel, la joya de los humedales de La Mancha. El año pasado el parque acabó su 50 aniversario convertido en un secarral, con tan solo un 1% de su superficie inundable cubierta de agua. Tan crítica era la situación que se activaron los pozos de emergencia para impedir que la turba del subsuelo —materia vegetal acumulada bajo el agua durante miles de años— entrara en autocombustión. Esta semana, el 15 de abril, esos bombeos pudieron desactivarse tras las abundantes lluvias de la Semana Santa. El director-conservador del Parque Nacional, Carlos Ruiz de la Hermosa, calcula que un 25% de las Tablas están encharcadas. Pero avisa: “En La Mancha los episodios húmedos son muy escasos y si a eso le unes una situación estructural de sobreexplotación de aguas subterráneas, pues realmente este episodio puntual tiene poca trascendencia de cara a la conservación estructural del Parque”.
El saqueo de los acuíferos del Alto Guadiana
Cuando se declaró el Parque Nacional, en 1973, la principal fuente de agua de las Tablas era el Guadiana, que nacía a apenas 14 kilómetros, en los conocidos como los Ojos del Guadiana: una constelación de manantiales y surgencias por donde rebosaba el acuífero 23, la inmensa reserva de agua subterránea que alimentaba a los humedales de La Mancha. El agua que manaba desde allí daba origen al río, que junto a otros llegados de más lejos, creaba un inmenso delta interior de aguas cristalinas, lleno de vida.
“Los Ojos manaban de forma permanente, el Guadiana tenía dos kilómetros de ancho al entrar en las Tablas”, rememora el geógrafo Alejandro del Moral, que en 1983 viajó a la zona para estudiar los yacimientos de una de las antiguas culturas que florecieron allí. “En mitad de la aridez de la meseta, disponer de agua es disponer de vida”, cuenta Del Moral, que se enamoró de la zona y se quedó trabajando en su conservación, primero en el Parque Nacional y después dirigiendo un centro de educación ambiental sobre el agua en el pueblo de Daimiel.
Cuando él llegó, el río ya estaba herido de muerte. Como parte de la guerra a los humedales manchegos declarada por el desarrollismo franquista, en los años 50 se impulsó la canalización y el cultivo de esos deltas interiores de La Mancha, las tablas fluviales: una destrucción de la que solo se libraron las zonas más hostiles para la agricultura y las propias Tablas de Daimiel, gracias a una de las primeras campañas del conservacionismo en España.
Pero los niveles del acuífero seguían cayendo, y los Ojos se cerraron por completo en 1986. “Cuando yo llegué, el río ya estaba ardiendo, en un incendio subterráneo que ardía como un brasero”, recuerda Del Moral.
Al secarse, la materia orgánica acumulada en las tablas del río –la turba– entró en combustión. Lo mismo pasó poco después dentro del Parque Nacional, y la cosa ya era lo bastante grave como para que en 1987 se declarara “sobreexplotado” el acuífero. Pero eso no puso freno al regadío, que siguió creciendo impulsado por la propia administración –repartiendo ayudas millonarias para convertir las viñas al riego, por ejemplo– y también de forma ilegal: según un estudio de WWF realizado en 2021, casi un 30% del regadío en el Alto Guadiana es ilegal. En todos estos años se han intentado mantener encharcadas las Tablas con transfusiones de agua de emergencia –desde pozos que bombean agua al Parque hasta trasvases desde el río Tajo– pero no han servido para sacar de la UVI al humedal.
Una asociación ecologista local, Ojos del Guadiana Vivos, lanzó una propuesta audaz por el 50 aniversario del espacio protegido: además de reducir las extracciones del regadío, reclaman ampliar el parque a todas las llanuras de inundación que se desecaron en los años 50, incluido el antiguo cauce del Guadiana. El espacio multiplicaría por cuatro su superficie actual, y proponen rebautizarlo como Parque Nacional de las Tablas y Ojos del Guadiana.
“La idea es que se vea que la salvación de las Tablas es global. O salvas el río, y para eso tiene que volver a correr y tienes que recuperar el acuífero, o no salvarás las Tablas”, explica Del Moral, que pertenece a la asociación.
El Guadiana medio: un gran embalse tras otro
Al entrar en Extremadura, el Guadiana deja de ser un río: a lo largo de 100 kilómetros, forma una cadena casi ininterrumpida de tres pantanos: Cíjara, García de Sola y Orellana. Justo al lado, en un afluente más pequeño, se construyó el mayor embalse de España, el de La Serena. Juntos, estos pantanos alimentan los regadíos del llamado “sistema central”, en Badajoz, los más potentes de toda la cuenca: consumen 1.166 hectómetros cúbicos, suficiente para abastecer Madrid durante cinco años y medio. Según el Plan de Cuenca del Guadiana, el “índice de explotación del agua” (el porcentaje de agua utilizada, frente a la disponible) en esta zona es de entre un 60 y un 80%. Por encima del 40% se considera que una cuenca sufre “escasez severa”.
Aguas abajo de Extremadura, tras pasar la frontera con Portugal, el cauce del Guadiana se convierte en un verdadero mar interior: el embalse de Alqueva. Cuando se cerraron por primera vez sus compuertas, en 2002, el actual secretario general de la ONU y entonces primer ministro luso, António Guterres, lo celebró como “un símbolo del Portugal moderno”.
“El agua será el recurso natural estratégico más importante del siglo XXI”, dijo Guterres en la inauguración de la presa, que atrapó las aguas del Guadiana inundando miles de hectáreas de dehesas. Alqueva es el mayor lago artificial de Europa, una infraestructura que hizo posible el riego de unas 130.000 hectáreas y transformar en una potencia agrícola a una de las zonas más olvidadas del país vecino, el Alentejo.
Exprimir hasta la última gota del río
Tras su paso por Portugal, al Guadiana ya apenas le dejan llegar al mar, preso en el embalse de Alqueva, el mayor de Europa. A finales de los 90, España y Portugal firmaron un pacto para repartir el agua de los ríos que comparten, el Convenio de Albufeira: más favorable para España en el Tajo o en el Duero, el acuerdo abrió la puerta a Alqueva y supone dejar casi sin agua dulce al estuario del Guadiana.
El río hace frontera en sus últimos 50 kilómetros, antes de fundirse con el Atlántico, pero Portugal solo debe dejar pasar 2.000 litros por segundo: mucho menos del caudal ecológico mínimo de la desembocadura de otros grandes ríos ibéricos, como el Guadalquivir (casi 7.000 litros por segundo) o el Ebro, que lleva 80.000 para asegurar la supervivencia del Delta.
“El Convenio de Albufeira marca que deberían acordar un caudal ecológico adecuado para el tramo final del Guadiana, pero no se ha cumplido aún. A Portugal no le interesa abrir más Alqueva, y España también quiere aumentar las extracciones en el tramo final del Guadiana”, explica el experto en política de aguas de WWF España, Rafael Seiz.
El ecologista se refiere a una infraestructura que complica aún más la odisea del Guadiana, pensada para poder sacarle casi hasta la última gota: un bombeo donde su caudal se junta con el del Chanza, un río que baja desde la Sierra de Huelva.
Ese bombeo, conocido como Bocachanza, trasvasa recursos hacia Huelva a través de una red de canales y embalses, y se justificó hace décadas “atendiendo a la situación de emergencia de los abastecimientos urbanos” en la provincia, según detalla el catedrático del Departamento de Geografía Humana de la Universidad de Sevilla, Leandro del Moral. “Desde entonces los bombeos se han hecho permanentes, se han incrementado y se pretende que aumenten”.
El agua se dirige a la cuenca que abarca buena parte de Huelva, la del Tinto, Odiel y Piedras, gestionada por la Junta de Andalucía. Aunque era una de las cuencas andaluzas menos acuciadas por la escasez, el año pasado la falta de agua obligó a aplicar restricciones al riego, una medida sin precedentes. Pero la sequía siguió agravándose y la Junta endureció las restricciones al regadío, con recortes del 50%, unas limitaciones que se han relajado con las últimas lluvias.
Según el experto de WWF, en la Cuenca del Tinto, Odiel y Piedras está previsto “uno de los mayores crecimientos de regadíos contemplados en toda Europa”. El plan de la demarcación, aprobado por la Junta en 2024, abre la puerta a multiplicar la superficie de regadío —se pasaría de las 40.595 hectáreas en riego atendidas por esta demarcación en la actualidad a 74.522 en 2027— y duplicar su demanda de agua hasta 2027: de los 178,22 hectómetros cúbicos al año que se utilizan ahora a más del doble dentro de cuatro años, en concreto 362,06 hectómetros.
“En Huelva se está produciendo una burbuja del regadío de libro. Por todo el arco de Huelva se están plantando frutales, naranjos, aguacates… Y su garantía depende de trasvasar más agua desde la cuenca del Guadiana. Pero cuando prometes más agua, nunca se contiene la demanda. Ahí es donde está el problema en un escenario incierto como el que tenemos”, sintetiza Rafael Seiz.Este ‘boom’ del regadío sucede mientras en el entorno de Doñana los agricultores siguen reclamando el agua de un trasvase desde el Tinto, Odiel y Piedras aprobado en 2018 por el Gobierno central. Las obras de ampliación del Túnel de San Silvestre, claves para aumentar la transferencia de agua hacia Doñana (lo que permitiría cerrar extracciones subterráneas de riego que secan el Parque Nacional), ya están en marcha.
Y en medio de esta batalla, la industria agrícola de Huelva no renuncia al exprimido Guadiana. Una comunidad de regantes del entorno de Doñana, la de Palos de la Frontera, lo volvió a dejar claro al pedir acelerar la construcción de las infraestructuras que permitirían el trasvase. Así podría aprovecharse, dicen, un agua “que ahora mismo se pierde en el mar”.
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