martes, 30 de junio de 2015

La nueva guerra del Wolframio. Diario El País

El wolframio o tungsteno es uno de los materiales que mejor aguantan el calor. Tiene el punto de fusión más alto de los metales: 3.400ºC. Además, es durísimo: solo el diamante es más duro. Durante la Segunda Guerra Mundial, en España se libró una gran batalla -económica, política y diplomática- en torno al wolframio, escaso en el planeta pero presente en la Península. La Alemania nazi trataba de asegurar el suministro de este material, con el que reforzaba sus proyectiles antitanque, mientras los aliados intentaban impedirlo por todos los medios.
Uno de los principales núcleos de producción estaba en la zona de Barruecopardo, en la provincia de Salamanca, que vivió entonces “unos años de alta fiebre económica”. Mientras en la ciudad de Salamanca mercadeaban productores y compradores, aliados o del Eje, “las pequeñas, humildes tabernas de Barruecopardo, tuvieron apenas unos meses el ambiente animado del ‘saloom’ de películas del Oeste”, escribió el periodista Enrique de Sena. “En pajares, corrales, tenadas surgieron algunos bares. Despacharon mucha cerveza, infinidad de latas de anchoas y mejillones y los primeros ‘platos combinados’ que se conocieron en las tierras salmantinas como ‘refrigerio’ de urgencia, botellas de güisqui. Corría el dinero, se jugaba a los naipes, se fumaba ‘americano’ y los magnates tenían en algunas casas alquiladas sus oficinas de contabilidad. Tantos kilos compro, tantos kilos pago”.

Barruecopardo
1 y 2- Estado actual de la mina, llena de agua por la lluvia y las filtraciones (ALEJANDRO RUESGA)
La fiebre pasó, pero una de aquellas explotaciones aguantó abierta hasta principios de los años ochenta. “Se marchó mucha gente. Había que marcharse, aquí no había vida. Algunos para Bilbao, otros para Madrid, Barcelona… Los que se quedaron se dedicaron al ganado, con ovejas, vacas, y, bueno, han tirado para adelante”. Rafael Patino (77 años) ha dado muchas vueltas en su vida, que le han llevado a Bilbao, a Francia, pero nunca se desvinculó de su pueblo, de la mina donde se crio: su padre trabajaba allí y él empezó a hacer lo mismo a los 14 años.
Junto a las ruinas de las casas que hace muchos años alojaron a los mineros, Patino va contando, a veces de forma desordenada, como suelen llegar los recuerdos, la historia del wolframio en Barruecopardo: cuando la empresa repartía un terreno a cada familia para que lo explotase, “a pico y pala”, y luego les pagaban cada cargamento al peso; cuando llegaron las grúas y la locomotora de gasoil que él manejaba con 16 años; cuando se llenaban todas las casas del pueblo “y hasta los corrales” para que durmieran los trabajadores que llegaban en burro o en bicicleta de los municipios de los alrededores; de los molinos y la machacadora gigante que la empresa le compró a Iberdrola “cuando hizo la presa de Saucelle [a siete kilómetros al sur de Barruecopardo] en los años cincuenta”.


Una historia que duró casi 80 años y que ahora vuelve a empezar. La mina se reabrirá en los próximos meses de la mano de la empresa Saloro, filial de la irlandesa Ormonde Mining. El proyecto ya tiene permisos para sacar de allí a partir del año que viene, calculan, unas 16.500 toneladas de mineral que tardarán en extraer nueve años.
Porque el wolframio vuelve a ser estratégico, al menos en el Viejo Continente. Al menos, eso dice la Comisión Europea, que ha incluido este metal en el listado de materias primas críticas, esto es, aquellas con una alta importancia económica para la UE y, a la vez, alto riesgo de falta de suministro. El wolframio se utiliza hoy en día en la construcción de teléfonos móviles, placas de circuitos, instrumental odontológico, fuentes de luz, maquinaria pesada, plantas de producción de energía, coches, aviones y trenes…
Como ocurría a primeros de los años cuarenta, el juego de la geopolítica y de los intereses económicos encontrados mueve todo el asunto, aunque esta vez, por suerte, la contienda es política y legal, con la Organización Mundial del Comercio (OMC) como árbitro. De un lado, están la Unión Europea, Estados Unidos y Japón; del otro China, país del que procede aproximadamente el 85% del tungsteno que se produce en todo el mundo. En 2010, el país asiático impuso restricciones al comercio de este mineral. La UE, EEUU y Japón denunciaron ante la Organización Mundial del Comercio, que les dio la razón en dos ocasiones. Por fin, China ha retirado a principios de 2015 las cuotas. Pero a las potencias occidentales no se les ha quitado el susto de encima.

El mismo camino han seguido desde 2010 las exportaciones chinas de molibdeno (mineral utilizado en la industria metalúrgica para hacer aleaciones más fuertes y resistentes al calor) y las tierras raras, nombre bajo el que se agrupan 17 elementos químicos metálicos usados en la elaboración de productos de alta tecnología como ordenadores, cámaras, televisiones… Por ejemplo, los imanes que hacen vibrar los altavoces que producen el sonido de un iPhone se fabrican con uno de esos 17 elementos.
Las tierras raras y el wolframio están dentro del listado de materias primas críticas de la UE, junto otras 18 como el cromo (utilizado para aleaciones de acero inoxidable y pintura), el cobalto (utilizado en la industria, pero también fabricar la mayor parte de las prótesis ortopédicas junto al titanio y al acero inoxidable) o el grafito (el clásico elemento de los lapiceros, también de las baterías de los coches eléctricos, por ejemplo).

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