martes, 16 de junio de 2015

Minería en España. Diario El País

A través de la mina de Riotinto, del pueblo y de la comarca, se puede repasar toda la Historia de España. Allí estuvieron los romanos, allí buscó Felipe II (sin éxito) mineral para financiar sus guerras europeas y de allí salieron enormes cantidades de cobre y azufre a finales del siglo XIX y principios del XX para alimentar la segunda revolución industrial en Reino Unido y Estados Unidos. Ahora está localidad onubense se ha colocado a la cabeza del penúltimo intento de una industria, la minera, que se resiste a los augurios que, con el carbón en sus horas más bajas, anuncian su final. En este momento hay seis minas metálicas abiertas y otra veintena de proyectos para sacar cobre, wolframio, zinc, plomo, uranio o tierras raras repartidos por Andalucía, Castilla-La Mancha, Castilla y León, Extremadura, Galicia y Murcia.
La reapertura de la histórica Riotinto avanza imparable. Y, para gozo general de sus vecinos, la empresa EMED Tartessus, filial de una compañía chipriota, espera empezar a producir los primeros concentrados de cobre al final del verano. Igual que allí, detrás de muchos de esos proyectos hay pueblos empeñados en recuperar su forma de vida y la prosperidad económica.
Pero también hay numantinas resistencias. A finales del año pasado, por ejemplo, un fuerte movimiento de protesta consiguió que el Principado de Asturias vetase la apertura de la mina de oro de Salave. Eso mismo intenta conseguir un grupo de vecinos con un proyecto para sacar uranio en Retortillo (Salamanca, 256 habitantes). Jesús Cruz, uno de los impulsores de la protesta, asume que no lo tendrán fácil: el proyecto minero está en mitad del Campo de Yeltes, una comarca remota, despoblada (7,7 habitantes por kilómetro cuadrado) y envejecida (el 43% tiene más de 60 años).
“Ahora el uranio está a 35 dólares la libra, pero tengo claro que si vuelve a estar a más de 100, como estuvo en 2007, esto no lo para nadie”
dice un vecino en el balneario de la localidad.

Imagen que muestra el cambio de precios del Uranio
Abierto en 1905 a orillas del río Yeltes, en el establecimiento ya han notado nítidamente que cada vez que alguien dice en voz alta “mina de uranio” pierden un cliente, así que les espera un futuro más que negro si algún día llega a arrancar la explotación.
Estén en contra o a favor, todos andan pendientes de las Bolsas que marcan los precios de los minerales (sobre todo, la de Londres) y los acontecimientos globales que los condicionan, como la salud económica de China (el mayor consumidor de materias primas) o las luchas por los derechos laborales en países como Perú o Indonesia. La cotización de los metales lleva muchos meses bajo presión, con un dólar fuerte y el precio del petróleo bajo mínimos, aunque el sector augura cierta estabilidad. “Algunos analistas son optimistas y otros no”, dice Christopher Ecclestone, especialista en minería del banco de inversión neoyorkino Hallgarten & Company. “Yo sí lo soy, particularmente en España, porque sus recursos se centran en metales que seguramente suban: zinc, plomo, estaño, tantalio, wolframio…”.
De esos precios dependerá el futuro de los proyectos. Pero también de decisiones políticas, de si las Administraciones españolas (como Andalucía, Extremadura, Castilla y León…) continúan remando a favor, o del empuje de la Comisión Europea con su plan para asegurar el abastecimiento de materias primas para el continente.
Europa necesita materias primas para mantener su industria. Y hoy importa la mayor parte: por ejemplo, el 100% de minerales como el cobalto, más del 80% del platino o la mitad del cobre. Por eso, desde 2008 la Comisión impulsa varios planes. Va renovando un listado de materias primas críticas (aquellas con las que tiene mayor dependencia y son muy importantes económicamente), favoreciendo el intercambio de buenas prácticas y ha puesto en movimiento 700 millones de euros para proyectos de innovación.
El sector minero en Europa, que parecía agotado después de miles de años de extracción, fue decayendo porque, simplemente, dejó de ser competitivo. “Era más barato extraer mineral en otros sitios”, explica Daniel Calleja, director general de Mercado Interior e Industria de la Comisión Europea. Pero las nuevas tecnologías permiten llegar a yacimientos antes descartados que ahora pueden volver a ser rentables. En un mercado tan global como el de los metales, más que la autoproducción lo que se trata de asegurar es la variedad de fuentes; que ningún metal dependa de uno o dos países que puedan controlar su producción.
Además, el momento de debilidad económica impulsa a los Gobiernos europeos a buscar nichos de empleo en todas partes, incluso en aquellas que en el imaginario colectivo parecían ya una cosa del pasado. En España, con una crisis enquistada y una enorme tasa de paro, esa presión es todavía mayor. En la Cuenca Minera de Huelva, con Riotinto en el centro, lo difícil es encontrar oposición alguna a la mina, que estuvo abierta durante todo el siglo XX hasta su cierre en 2001, después de varias décadas de declive, por el hundimiento del precio del cobre.
En los siete municipios que componen la comarca, la tasa de paro rozaba el año pasado el 40%. Cuando hace unos meses una empresa de contratación recorrió los pueblos recogiendo currículos para la reapertura de la mina, las colas eran kilométricas, recuerda Manuel García: “Había gente que se ponía a guardar fila de madrugada”. García tiene 54 años, trabajó muchos en empresas que prestaban sus servicios a la mina y ahora está en el paro. EMED Tartessus, filial de una compañía chipriota, prevé volver a sacar mineral al final del verano, lo que supondrá, calculan, unos 400 empleos directos y 1.200 indirectos.

Desde el nombre (Minas de Riotinto) hasta el último rincón del pueblo, aquí todo tiene que ver con la minería. Siglos y siglos de explotación han creado unos paisajes marcianos, de roca despedazada y colores llamativos. Entre los clientes de cualquier bar, el visitante encontrará con facilidad a numerosos exmineros. “En cueros, en cueros trabajábamos”, exclama en la terraza de una cafetería el octogenario Manuel. Se ha puesto nervioso con las preguntas; de repente, le ha dado un pequeño ataque de temblores que le agarrotan piernas y brazos. El resto de parroquianos le sujetan, le tranquilizan y enseguida se pasa. José Luis Márquez, de 58 años, explica: “Toda la vida en la mina, tragando porquería…”.

La minería da y también quita. Las condiciones de trabajo ya no tienen nada que ver con aquellas que sufrió Manuel: hoy están casi todos los puestos mecanizados, y la mayoría de los mineros trabajan dentro de aparatos y vehículos con aire acondicionado. Pero los temblores de ese hombre recuerdan que el estilo de vida que tanto añoran ha jalonado de grandes puntos negros la historia del lugar.
Ramón Martínez, ingeniero, trabajó en la Mina de Riotinto durante casi tres décadas. Se jubiló en 2003, pero seis años después abandonó su retiro para unirse al proyecto de reapertura. Lo cuenta frente a un gigantesco agujero de 4,5 kilómetros cuadrados –la corta de Cerro Colorado- y mientras señala a la zona de “levante”, por donde pretenden seguir excavando.
El ingeniero va mostrando la planta de procesamiento (“la más grande de España”), donde la actividad es frenética. Decenas de obreros se afanan en limpiar y recuperar los enormes cilindros donde se irá aplastando el mineral. Cuando esté lista, y renovados los equipos de control, el objetivo es producir unas 36.000 toneladas de cobre en concentrado al año.
El paseo termina en la balsa de residuos, que el veterano minero jura y perjura que es sólida y completamente segura. Responde así, con toda rotundidad, a las preocupaciones expresadas por los ecologistas al saber que los despojos que vuelva a producir la mina se seguirán acumulando allí, en un gigantesco contenedor al aire libre. “Generan un riesgo de rotura en cadena que podría suponer brutales impactos aguas abajo en el Río Odiel y en las poblaciones de su orilla, así como en la Ría de Huelva y en los ecosistemas de su desembocadura”, dice Ecologistas en Acción en una nota del pasado mes de octubre.
Corta Atalaya en Minas de Riotinto.
A pesar de todas las mejoras tecnológicas, la minería causa un impacto evidente e insoslayable en el entorno, sobre todo, con los tajos a cielo abierto, que hoy son mayoría; consisten en excavar todo, el mineral y cualquier cosa que haya alrededor (después ya se separará), dejando al aire un gran agujero. Además, requiere en el proceso grandes cantidades de agua (un recurso escaso) que luego hay que limpiar y tratar correctamente, junto con el resto de residuos, para que no acaben contaminando el entorno. “No está resuelto; las balsas se rompen y se siguen rompiendo en todo el mundo”, asegura Antonio Ramos, de Ecologistas en Acción Andalucía, que cita un accidente el verano pasado en la mina de cobre de Mount Polley, en la Columbia Británica (Canadá), que dejó escapar 4,5 millones de metros cúbicos de lodos tóxicos.
En España, la imagen de estos peligros es sin duda la de Aznalcóllar, en la provincia de Sevilla. Allí fueron algo más de cinco millones de metros cúbicos de lodos los que se vertieron 1998 tras la rotura de su balsa, provocando graves daños en el entorno del río Guadiamar y de Doñana. La contención y regeneración del desaguisado costó 240 millones de dinero público; la dueña de la mina, la empresa sueca Boliden, que declaró en quiebra su filial española, no ha pagado nada.
Hoy, los vecinos insisten en que aquello fue un accidente que no tiene por qué volver a pasar, pero el proyecto de reapertura no termina de arrancar a pesar de los esfuerzos de la Junta de Andalucía. Además, ahora el proceso está parado por presuntas irregularidades investigadas por la justicia en el concurso de adjudicación de la mina.
“La Administración no tiene personal suficiente para controlar y para hacer cumplir la legislación minera y medioambiental”, se despacha Ramos. “En general, el minero va a sacar el máximo beneficio caiga quien caiga. Vienen, se llevan sus subvenciones europeas y nacionales y procuran ahorrarse el último duro. Y cuando han sacado todo el mineral, se largan, dejando detrás porquería y sueldos de hambre”.
Las cosas siempre se pueden hacer bien, mal o regular”, y hacerlas mejor es más caro, insiste José Antonio Espí, profesor de la Escuela de Minas de la Politécnica de Madrid. Este y otros expertos introducen en el debate la “corresponsabilidad”. Hablan de la contradicción de querer tener más coches, más teléfonos inteligentes, más aire acondicionado y más calefacción, pero rechazando a la vez que los materiales con los que se construye todo eso se saquen cerca de su casa. Puede haber minas en Europa y exigirse que sean lo más respetuosas que sea posible con el entorno, asegura. Aunque eso, claro está, hará productos más caros que si el mineral se extrae sin esas garantías a miles de kilómetros de distancia.
La valoración de pros y contras en torno a la minería se hace realmente difícil, con debates enconados dentro de los que cualquiera se puede marear a base de estudios, estadísticas, dimes y diretes. Debates, por lo demás, desiguales, en los que una parte, la ecologista, se queja de tener enfrente a un sector tan económicamente poderoso como poco transparente. Un sector, en todo caso, que arrastra tras de sí polémicas que en más de una ocasión han acabado en sanciones administrativas y en los tribunales.
Entretanto, la industria, al menos una parte, sigue haciendo esfuerzos y dedicando pingües recursos para mejorar su imagen, para convencer de que la suya no es una industria del pasado. Este periódico ha podido visitar dos minas metálicas en activo (Cobre las Cruces y Aguas Teñidas) y acceder a las instalaciones de varios proyectos gracias a los promotores: EMED Tartessus en el caso de Riotinto; la Junta de Andalucía, en el de Aznalcóllar; Ormonde Mining, en Barruecopardo (Salamanca). Otras, como la de Alquife, en Granada, han dicho que no. A través de unas y otras, con sus singularidades y sus elementos comunes, intentaremos dibujar en esta serie de reportajes el nuevo panorama minero español, con sus complejidades, sus oportunidades y también con sus amenazas.

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