Cambio climático: el planeta ajusta cuentas con las empresas
El calentamiento global, al que contribuyen muchas compañías con políticas contaminantes, empieza a pasar una factura millonaria a los resultados corporativos. Muchas compañías optan por mutar y adaptarse
Madrid
Vivimos tiempos en los que es más fácil imaginar el fin del mundo que el final del capitalismo. Una famosa viñeta en la revista The New Yorker relata con inteligencia este callejón oscuro. Sentado frente a una hoguera, en una especie de coro de medianoche, y detrás de un paisaje apocalíptico, un hombre trajeado le cuenta a tres chicos: “Sí, se destruyó el planeta. Pero por un hermoso momento en el tiempo creamos mucho valor para los accionistas”.
Este es el capitalismo del siglo XXI. Un ideario económico que mezcla optimismo e irresponsabilidad. Pero donde el dinero siempre encuentra un resquicio para su particular esperanza. Cuando el cambio climático se ha convertido en la mayor amenaza a la existencia y la sociedad promueve una insurgencia verde, las empresas revelan su posición. Perciben enormes riesgos pero también ingentes oportunidades. El Acuerdo de París de 2015 es preciso. El incremento medio de la temperatura no puede superar los dos grados y si es posible debería frenarse en 1,5ºC respecto a los niveles preindustriales. El precio resulta alto. “La Unión Europea cree que serán necesarios al menos 180.000 millones de euros anuales hasta 2030 para descarbonizar la energía y mantener la temperatura en esos márgenes. Más de uno debe estar frotándose las manos”, sostiene Emilio Ontiveros, presidente de Analistas Financieros Internacionales (AFI). El capitalismo y sus compañías quieren monetizar el clima extremo y sacar partido a nuestro distópico futuro. Aunque agiten la fragilidad. “El calentamiento global inevitablemente pondrá a prueba la resiliencia de nuestros sistemas políticos y económicos”, aventura Nicholas Stern, presidente del Centro para el Cambio Climático, Economía y Política de la London School of Economics (LSE).
Este viaje que el hombre y sus empresas emprenden hacia lo desconocido fue cartografiado por la organización CDP (anteriormente Carbon Disclosure Project). La firma de análisis medioambiental preguntó a 7.000 grandes compañías del mundo cuáles son los “riesgos y oportunidades” del calentamiento de la Tierra. La agencia Bloomberg adelantó en enero algunas de esas respuestas. Una visita guiada a la condición empresarial y humana. Las farmacéuticas, por ejemplo, tienen su singular receta. Eli Lilly asocia el desastre climático a un mayor riesgo de diabetes por “una menor actividad física, una disrupción en los suministros tradicionales de alimentos y el aumento de la inseguridad alimentaria”. Un drama con recompensa. Podría incrementar la demanda de sus productos que tratan esa enfermedad. Otro gigante del sector, la alemana Merck, imagina una “expansión del mercado para los artículos relacionados con enfermedades tropicales, incluidas aquellas que se transmiten por el agua”. Y Apple revela la excéntrica manera en la que piensan las tecnológicas. La compañía de Cupertino cree que “a medida que la gente empiece a experimentar con mayor frecuencia sucesos climáticos severos” estarán más unidos a sus móviles. Porque ayudan a mantener el contacto con sus seres queridos y además el iPhone puede “usarse como linterna”. Trasciende algo de irreal en todas esas respuestas, pero refleja el ilegible planeta que podría aguardarnos.
Al otro lado, las compañías españolas proponen una interpretación más ortodoxa del mundo. “El 94% [enviaron información 49 firmas] cree que existen oportunidades cambiando el modelo de negocio”, relata un portavoz del CDP. Sobre todo (85%) a partir de nuevos servicios y productos bajos en carbono. Inditex entiende los beneficios de utilizar fibras que consumen poca agua, NH habla del crecimiento de los edificios verdes, BBVA de las opciones que deparan los 700.000 millones de dólares anuales necesarios hasta 2030 para crear infraestructuras sostenibles e Iberdrola viaja con el viento de las energías renovables.
Sin embargo la preocupación es igual de intensa que una llamarada. El negacionismo climático de Trump no convence a muchas de sus grandes empresas. Walt Disney teme que en los parques haga demasiado calor para sus visitantes, AT&T tiene miedo de que los incendios forestales y los huracanes inutilicen las antenas de telefonía y Coca Cola se cuestiona si seguirá habiendo suficiente agua para embotellar su refresco estrella. Dudas que arraigan en la tierra. “Los mayores desafíos de la adaptación al clima extremo son la producción agrícola y el acceso al agua potable”, detalla Lucas White, gestor del GMO Climate Change Fund. Entramos en espacios de la incertidumbre. “Las empresas que embotellan aguas utilizando PET están bastante preocupadas. Por el uso del plástico y por la huella de carbono que generan. De ahí que trabajen en formatos más ligeros”, analiza Javier Vello, socio responsable de retail de la consultora EY. Coca Cola y Heineken, por ejemplo, persiguen esa estrategia.
Pero si existe un lugar donde la tierra y el agua crean un barro único es en la viña. Mariano García, uno de los grandes enólogos de España, la conoce bien. Nació en Vega Sicilia. Fue responsable de su mito durante 30 años, y desde los años 70 suena a Mauro, San Román, Terreus.
Mayo baja cálido en Quintanilla de Onésimo (Valladolid). Las hileras de viñas se disponen con orden marcial. Mariano pasa la mano por una de ellas. Parece que la hablara. La conoce desde hace 27 años.
— ¿Nota el cambio climático?—, pregunta el periodista—.
— Estamos plantando en terrenos más altos—, revela—. Si antes lo normal era a 700 metros ahora nos movemos entre 800 y 850. Tierras más pobres donde se da mayor contrataste térmico entre el día y la noche.
Las vides han encontrado un refugio en la altitud. Pero otras agriculturas están más expuestas. Ebro Foods admite el peligro de la “destrucción de cosechas” y Henk Hobbelink, coordinador de la oenegé Grain, vaticina que cada vez “habrá mayores problemas para acceder al agua de riego”. Esto tendrá implicaciones financieras sorprendentes. Christopher J. Goolgasian, director de investigación climática de la gestora Wellington, prevé que los “activos móviles” serán más valiosos que los “fijos”. “Por ejemplo, los equipos agrícolas sobre las granjas y los cruceros frente a los parques temáticos”. De regreso a esa tierra, base de la alimentación humana, la industria propone soluciones entre inquietantes y necesarias. Algunas las trae el trabajo Winds of Change firmado por Barclays. El banco propone incluir aditivos en la alimentación de las vacas para que expulsen menos metano, pasar de consumir proteína bovina a proteína de pollo (reduciría un 88% las emisiones de CO2), volver al pastoreo en los bosques y recurrir a la ingeniería genética.
Este viaje que el hombre y sus empresas emprenden hacia lo desconocido fue cartografiado por la organización CDP (anteriormente Carbon Disclosure Project). La firma de análisis medioambiental preguntó a 7.000 grandes compañías del mundo cuáles son los “riesgos y oportunidades” del calentamiento de la Tierra. La agencia Bloomberg adelantó en enero algunas de esas respuestas. Una visita guiada a la condición empresarial y humana. Las farmacéuticas, por ejemplo, tienen su singular receta. Eli Lilly asocia el desastre climático a un mayor riesgo de diabetes por “una menor actividad física, una disrupción en los suministros tradicionales de alimentos y el aumento de la inseguridad alimentaria”. Un drama con recompensa. Podría incrementar la demanda de sus productos que tratan esa enfermedad. Otro gigante del sector, la alemana Merck, imagina una “expansión del mercado para los artículos relacionados con enfermedades tropicales, incluidas aquellas que se transmiten por el agua”. Y Apple revela la excéntrica manera en la que piensan las tecnológicas. La compañía de Cupertino cree que “a medida que la gente empiece a experimentar con mayor frecuencia sucesos climáticos severos” estarán más unidos a sus móviles. Porque ayudan a mantener el contacto con sus seres queridos y además el iPhone puede “usarse como linterna”. Trasciende algo de irreal en todas esas respuestas, pero refleja el ilegible planeta que podría aguardarnos.
Al otro lado, las compañías españolas proponen una interpretación más ortodoxa del mundo. “El 94% [enviaron información 49 firmas] cree que existen oportunidades cambiando el modelo de negocio”, relata un portavoz del CDP. Sobre todo (85%) a partir de nuevos servicios y productos bajos en carbono. Inditex entiende los beneficios de utilizar fibras que consumen poca agua, NH habla del crecimiento de los edificios verdes, BBVA de las opciones que deparan los 700.000 millones de dólares anuales necesarios hasta 2030 para crear infraestructuras sostenibles e Iberdrola viaja con el viento de las energías renovables.
Sin embargo la preocupación es igual de intensa que una llamarada. El negacionismo climático de Trump no convence a muchas de sus grandes empresas. Walt Disney teme que en los parques haga demasiado calor para sus visitantes, AT&T tiene miedo de que los incendios forestales y los huracanes inutilicen las antenas de telefonía y Coca Cola se cuestiona si seguirá habiendo suficiente agua para embotellar su refresco estrella. Dudas que arraigan en la tierra. “Los mayores desafíos de la adaptación al clima extremo son la producción agrícola y el acceso al agua potable”, detalla Lucas White, gestor del GMO Climate Change Fund. Entramos en espacios de la incertidumbre. “Las empresas que embotellan aguas utilizando PET están bastante preocupadas. Por el uso del plástico y por la huella de carbono que generan. De ahí que trabajen en formatos más ligeros”, analiza Javier Vello, socio responsable de retail de la consultora EY. Coca Cola y Heineken, por ejemplo, persiguen esa estrategia.
Pero si existe un lugar donde la tierra y el agua crean un barro único es en la viña. Mariano García, uno de los grandes enólogos de España, la conoce bien. Nació en Vega Sicilia. Fue responsable de su mito durante 30 años, y desde los años 70 suena a Mauro, San Román, Terreus.
Mayo baja cálido en Quintanilla de Onésimo (Valladolid). Las hileras de viñas se disponen con orden marcial. Mariano pasa la mano por una de ellas. Parece que la hablara. La conoce desde hace 27 años.
— ¿Nota el cambio climático?—, pregunta el periodista—.
— Estamos plantando en terrenos más altos—, revela—. Si antes lo normal era a 700 metros ahora nos movemos entre 800 y 850. Tierras más pobres donde se da mayor contrataste térmico entre el día y la noche.
Las vides han encontrado un refugio en la altitud. Pero otras agriculturas están más expuestas. Ebro Foods admite el peligro de la “destrucción de cosechas” y Henk Hobbelink, coordinador de la oenegé Grain, vaticina que cada vez “habrá mayores problemas para acceder al agua de riego”. Esto tendrá implicaciones financieras sorprendentes. Christopher J. Goolgasian, director de investigación climática de la gestora Wellington, prevé que los “activos móviles” serán más valiosos que los “fijos”. “Por ejemplo, los equipos agrícolas sobre las granjas y los cruceros frente a los parques temáticos”. De regreso a esa tierra, base de la alimentación humana, la industria propone soluciones entre inquietantes y necesarias. Algunas las trae el trabajo Winds of Change firmado por Barclays. El banco propone incluir aditivos en la alimentación de las vacas para que expulsen menos metano, pasar de consumir proteína bovina a proteína de pollo (reduciría un 88% las emisiones de CO2), volver al pastoreo en los bosques y recurrir a la ingeniería genética.
No hay comentarios:
Publicar un comentario